Reflexiones sobre una película de músicos: 'Whiplash'


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Pocas veces tenemos a un baterista como protagonista. Digamos que debe ser porque los guitarristas y pianistas son más interesantes, no? 'El pianista' por ejemplo, o 'El violinista en el tejado'... bueno, es complicado llevar unos tambores al techo, nobleza obliga admitirlo.
Pero más allá de que 'Whiplash' nos puede llamar la atención por su peculiar músico protagonista, los temas que el guión toca van más allá de los comunes, y creo que vale la pena identificar alguno más que otro.

Primero, qué me gustó

Me gusta cómo se vé y oye la película, es decir, lo concerniente a la fotografía y la producción en general. Nótese como el mundo del Jazz, las habitaciones donde ensayan los mejores, y los lugares de intimidad del protagonista, son sitios oscuros y sin luz natural, tal cual un sótano de club. En contraposición, cuando aparece la leyenda ‘Summer’, luego de que el protagonista haya cambiado notablemente su vida, se rodea de luminosas calles. Como que mientras suena el Jazz, siempre aparenta ser de noche en la ciudad.
Tema fundamental y crítico en una película de músicos es el sonido y el playback. Lo primero, es excelente y fuera de serie; se oyen grandes interpretaciones y el sonido es incriticable. Lo segundo, está algo más lejos. Muy difícil es simular que se toca un instrumentos, incluso haciéndolo el mismo músico que grabó previamente lo que ahora simula tocar en vivo. Insisto, es algo casi imposible de hacer perfectamente, por más tecnología que nos transporte en la Enterpraise o haga volar a King Kong. Sin embargo, en ‘Whiplash’ hay notables escenas de playback que merecen todo el respeto. Como les decía, es casi imposible hacerlo perfecto, y hay que tener un ojo entrenado para notar las imperfecciones, lo digo con soberbia pero es así. Yo lo he notado, pero no hace mella a la calidad del film en lo más mínimo. Eso sí, me llamó la atención ver a J.K. tocando, en lo que para mí no era una actuación, sino que realmente parece estar tocando el piano en el bar aquella noche. Las escenas más jugadas, como la de la última ‘Caravan’, son como decía casi excelentes, y aún así creo que son las mejores del Cine en cuanto a playback. Impresionante final, para aplaudir de pié.

Todo lo demás que tengo para destacar, son cosas sobre el guión del filme. Ah, y las orejas de J.K. Simmons.

A continuación, antes de pasar a aspectos más discutibles, me interesaría reflexionar sobre el tinte militar que parece tener el personaje que encarna J.K. Simmons, el orejudo 'Fletcher'. Sobriedad, ni un pelo en la cabeza, ninguna distinción de grado o casta en la vestimenta negra. Digamos que de militar, nada; pero su actitud es lo que nos indica su autoritarismo. Fletcher impone misterio, respeto, más bien miedo, e impone la obediencia y máxima atención sobre las pautas que dicta sobre un grupo de músicos, que están allí porque lo desean y porque saben que la experiencia en la Banda de Estudio es el más alto honor para un estudiante de la escuela Schaffer. Preguntas retóricas, tensión psicológica (que es como deben justificar algunos el uso de insultos para arengar a sus subordinados), gritos y repeticiones de ejercicios, tal como se pinta en el cine a la experiencia militar, cotidianamente. Pero estos músicos quieren continuar, porque no van a la guerra a matar o morir, sino que necesitan de alguien que los lleve a ser mejores en lo que hacen.
De aquí, surgen otras preguntas que me genera la película: ¿Es correcto hacer cualquier cosa para lograr un objetivo, como someterse a tanto estrés, como ejercitar aprendiendo a superar el dolor soportándolo, o dejándose participar en juegos psicológicos que pueden llevarte a cometer acciones extremas? La película muestra la ansiedad de un baterista, que ante la presión, vá por más, y llega a límites en que éticamente uno tiende a culpar al mentor. De eso se trata, de una relación entre maestro y alumno donde el subordinado parece estar al límite psicofísico, persiguiendo un sueño por el que parece obsesionado pues no quiere caer en la facilidad de hacer el camino más cómodo. Y el maestro, que exprime a su subordinado, ya hablaremos de esto, no tiene dificultad en llevar al extremo a su baterista en nombre de la excelencia. Quiero hacer notar, para las almas sensibles, que en ningún momento Fletcher obliga a nada a Andrew, quien quiere triunfar a toda costa y es por eso que se esfuerza hasta el extremo de su ser, por lo tanto, se convierte en un subordinado por decisión propia, tal como en la antigüedad lo hacían los aprendices con sus maestros.

¿Es el Maestro un sádico, o es un masoquista el alumno?

Nada de eso. Aquí no hay disfrute de ninguno de ellos, nadie se regodea por el dolor del otro o de sí mismo.
Entonces, por qué soportar semejante tensión? Claramente, el alumno y el maestro tienen un horizonte en común, que es la excelencia en sus materias, que se retroalimentan, generando una relación win-win que los mantiene unidos. Cuando esa relación se rompe, ya no hay más confianza o respeto mutuos.

Disculpen lo desfortunado de mi pregunta, pero ...

¿Es bueno y necesario que haya en el mundo nuevos Charlie Parker, nuevos Buddy Rich, Argerich, Barenboin, Messi, etc.? 

La respuesta que le des a esa pregunta, te dará una posición clara, y la respuesta que el (creo yo, profundo) libreto de esta película nos dá está de acuerdo con mucho de lo que seguramente pensamos vos y yo: todo se logra con esfuerzo y constancia.
Esfuerzo y constancia, sin rendirse, es de lo que hablan los protagonistas (protagonista y antagonista, si queremos ser meticulosos) en la sublime conversación en el bar. Allí es cuando el espectador también tiene que tomar una posición y decidir si le dá la razón o nó al maestro Fletcher. Y vos que crees?
Yendo ahora a otros temas, la historia de 'Whiplash' nos remite claramente al tema de la educación, con lo cual cada uno de nosotros podría contar miles de historias que le vuelven durante el transcurso de la película.
No me parece una discusión sobre conductismo o constructivismo, vieja o nueva escuela, sino sobre cómo llegar y qué caminos tomar para arribar a un punto común, la excelencia.
Presiono a la gente mas allá de lo que se espera de ella’ dirá Fletcher. Alguno de nosotros se preguntará ‘¿No se te ocurrió, Fletcher, probar de otra manera, en vez de psicopatear a tus jóvenes alumnos?’.  Transmito esa misma pregunto a muchos profesores que he tenido.

Creo que la pregunta interesante, finalmente, sería (y por favor quien tenga la respuesta, avise): 
‘¿Y cuál es la manera correcta de alcanzar la misma meta, sin acudir a los métodos de Fletcher?’. 
Yo, como docente que intento ser, con el objetivo de ser mejor que los muchos docentes que tuve y tendré, ésta película me ofrece una alternativa, descubierta a través del sinceramiento de las razones que me mueven a mi labor y de acuerdo a las razones del alumno que busca en uno la ayuda necesaria para alcanzar sus objetivos. Ésta alternativa tiende a propones, siempre que se trate con jóvenes adultos o adultos, un diálogo entre maestro y alumno que aclare de antemano que los métodos a usarse y las acciones resultantes van en busca de una superación constante. De este modo, el alumno elegirá si sigue el método de su maestro o no, sino que se busque otro. Lamentablemente, esto es más utópico de lo que parece a simple vista, porque ni el maestro puede tener la seguridad al 100% de poder ayudar a un alumno, lo mismo que el alumno no puede garantizar por múltiples variables que puede seguir un plan de estudio que está más allá de si, porque busca transformarlo a él en algo que no es, algo que aún no existe.
‘Buen trabajo’ sería la manera de estimular a un alumno que lo intenta. Yo lo hago. Pero es cierto que no es suficiente. En la película, cuando sobre el final, Fletcher le dice a Adam que cree que él no tiene el ‘Don’ (palabra maldita, creo yo, que ha destruido a más almas que la segunda guerra mundial), propongo que entendamos que no significa que carece de una cualidad especial o sobrenatural para tocar su instrumento, sino que no posee la suficiente seguridad, autoestima, y no ha hecho el esfuerzo suficiente, para no darse por vencido en lo que el alumno a proclamado ‘su sueño’, es decir, el ‘Don’ es jamás claudicar.

Sebastián Garófalo, 22 de Marzo de 2015


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